Friday 26 de April del 2024

Las grandes batallas de la Cuarta Transformación

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El crecimiento económico del país, en las previsiones definidas por el nuevo gobierno, será menor en 2019 que en 2018, lo que lo vuelve literalmente, en cualquiera de los cálculos y deseos establecidos de manera oficial, un año de restricciones, difícil en el tránsito económico y político anunciado, dada la gran expectativa generada por el triunfo arrollador de Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena en las pasadas elecciones federales.

Lo más significativo de los cálculos marcados por Hacienda (SHCP: Criterios Generales de Política Económica, 15 de diciembre de 2018) es que la línea de crecimiento será de 2.6 promedio anual del PIB para todo el sexenio, igual al que predominó entre 2012 y 2018. Más aún: se calcula que la producción industrial crecerá en un punto porcentual menor al que se alcanzó en 2018 (del 3.7% al 2.7% para el próximo año). En resumen, y sin necesidad de abundar más en los datos, podemos decir, con el economista Saúl Escobar Toledo, que “La estabilidad macroeconómica se pone por delante. No hay […] nuevos impuestos, pero tampoco la intención de mejorar los ingresos haciendo más eficiente la recaudación fiscal o aumentando las exportaciones de petróleo. Al contrario, éstas serán […] ligeramente menores que [en 2018].”

El esfuerzo por definir predicciones de mayor o de menor solvencia en estos primeros días de gobierno no puede, sin embargo, basase en exclusiva o fundamentalmente en los cálculos que se hacen a partir de los criterios de la Secretaría de Hacienda, pues hay razones de sobra para pensar que el nuevo gobierno estaba prácticamente obligado a la definición formal de un esquema conservador en sus “criterios de política”, de cara al nerviosismo y a la expresa o reiterada desconfianza de los poderes económicos centrales del país con respecto a las políticas públicas en las que se enrolaría la nueva administración. La perspectiva de Hacienda era, por lo demás, carta de presentación necesaria para los organismos internacionales evaluadores, a quienes se tenía que tranquilizar dadas las turbulencias y temores que se habían generado a partir de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), tanto como del ruido (entre otros) que se generó desde el Congreso federal cuando algunos senadores de Morena lanzaron la iniciativa de afectar algunas de las altas comisiones cobradas por el sistema bancario nacional.

Vivimos un tiempo en el que los amantes de la prospectiva o los “evaluadores de tendencias” tienen poco que aportar o que decir, porque el hecho simple y llano es que nos movemos en terrenos de una sismicidad sin precedentes, con oleadas de lucha, de confrontación y de acontecimientos contingentes y azarosos que van marcando la pauta de lo que no es, en resumidas cuentas, sino un complejo proceso de transición: de un régimen que se ha venido derrumbando estrepitosamente desde el pasado 1 de julio, a otro que, a menos de dos meses de haber tomado los puestos de comando, apenas empieza a mostrar algunos de las líneas de un diseño de Estado, que, para utilizar una frase de Sartre, “nunca ha sido aún”.

II

El tiempo-espacio de sismicidad en el que vivimos no nos permite, entonces, decir que el “conservadurismo económico” perfilado por Hacienda deba calcarse o traducirse sin más –como solía hacerse generalmente por sociólogos y economistas neoclásicos, neoliberales o marxistas– en y para el conjunto de los escenarios que se vivirán en el transcurso del sexenio, ni siquiera en y para lo que pudiera pensarse o proyectarse para este primer año de gobierno. Las determinantes económicas son sin duda relevantes, pero lo que hoy manda en el escenario es “la guerra de sujetos” (pensamos aquí en sujetos colectivos y en “correlaciones específicas de fuerzas”), en un proceso en el que la política “se ha puesto al mando”, con lo contingente y lo azaroso como acompañantes cotidianos de los ejercicios del pensar y de la acción políticos.

La tersura con la que aparece en letra el conservadurismo liberal –incluso neoliberal, si hacemos caso de quienes tachan a AMLO de loco o descerebrado (el comandante Moisés dixit, en nombre del EZLN)– choca de manera frontal con las realidades que vivimos y palpamos sin necesidad de grandes calificaciones académicas: se trata del espacio-tiempo de sismicidad al que ya me he referido, y que se ha desplegado en muy poco tiempo en una cierta cantidad de tempos de conflictividad sin precedente. Esquematizando, digamos que tales tempos se han dado en, al menos, tres planos de gran intensidad (aunque podríamos hacer una lista de unos 15 planos relevantes): a) La batalla para echar abajo la construcción del aeropuerto de Texcoco; b) La batalla por una austeridad rasante y por la aprobación del Presupuesto de Egresos la Federación (PEF); y, c) La batalla por la recuperación de Pemex y contra el huachicoleo mafioso, “libre” y/o institucionalizado dentro del ejercicio del poder estatal.

III

En las tres grandes “batallas” señaladas hay un objetivo convergente y común por parte del nuevo gobierno, factor que es necesario identificar para no confundir la gimnasia con la magnesia: terminar por desestructurar el régimen político que entró en crisis terminal el pasado 1 de julio, cuando más de 30 millones de virus entraron en su flujo sanguíneo para aniquilar las últimas resistencias de su continencia molecular. En el lance se busca (acabar de) desanudar los lazos que daban consistencia funcional al régimen político en cuestión, sea ello en lo concerniente a su sistema de alianzas característico (tecnocracia oligarquizada + una cúpula de cúpulas del capital privado nacional y trasnacional + crimen organizado-narcotráfico), o sea en lo concerniente a “su” aparato estatal (estructura, esquemas de jerarquía y flujos de funcionalidad).

Las batallas se extienden en este caso al objetivo de reconfigurar –desmontar, rediseñar, modificar– las relaciones sobre las que se conforma aún el anquilosado y corrupto sistema de relaciones entre los poderes de la Unión: sea ello en el caso de los vínculos entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; sea en el caso de las relaciones sobre las que todavía se sostiene el enmohecido y ya prácticamente desahuciado Pacto Federal.

Tal vez sobre estas líneas de análisis sean más claros los hitos de contrapunto y las aparentes paradojas y contrasentidos en los que se mueve la nueva administración, y tal vez, en consecuencia, dejemos de escandalizarnos por lo que parecen meras “improvisaciones” o “torpezas”, o necedades de un descerebrado que, cuando era apenas un pequeño niño, soñaba con llegar a ser un dictador.

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